Así como con el resto de elementos, el líquido de frenos es un componente fundamental para cualquier vehículo. Su función principal es transmitir la fuerza del pedal hacia las ruedas, permitiendo detener el auto de manera segura y eficiente. A pesar de su importancia, muchas personas no le prestan atención al estado de este fluido, lo que puede comprometer la seguridad en la conducción.
Con el tiempo, el líquido de frenos se degrada por la absorción de humedad del ambiente. Al ser higroscópico, es decir, atrae agua; el fluido pierde eficacia al calentarse, ya que el punto de ebullición disminuye con el contenido de agua. Según Bosch, esto puede provocar una sensación esponjosa en el pedal o incluso una falla completa en el frenado durante maniobras exigentes o en condiciones de alta temperatura.
La mayoría de los fabricantes recomienda cambiar el líquido de frenos cada 2 años o cada 40,000 kilómetros, aunque esto puede variar según el tipo de vehículo, el estilo de conducción y las condiciones del entorno. En autos más modernos, algunos sistemas incorporan sensores que alertan sobre la calidad del fluido, pero en modelos convencionales es necesario realizar revisiones periódicas.
¿Qué pasa si no cambias el líquido de frenos?
No cambiar el líquido a tiempo puede generar problemas graves. El agua acumulada en el sistema no solo reduce el rendimiento de frenado, sino que también puede oxidar piezas internas como los pistones, cilindros y líneas de freno. Esto no solo incrementa el riesgo de fallos mecánicos, sino que puede generar reparaciones costosas.
Un cambio de líquido de frenos consiste en purgar completamente el sistema y reemplazar el fluido viejo por uno nuevo del tipo recomendado. Es importante que este procedimiento sea realizado por un técnico calificado para asegurar que no quede aire dentro de las líneas, lo que podría afectar la eficacia del sistema.
