Conducir bajo estrés o enojo representa uno de los factores más peligrosos en la seguridad vial. Aunque muchas personas lo consideran una situación común, las emociones negativas pueden afectar gravemente la capacidad de concentración, el tiempo de reacción y el juicio al volante. Diversos estudios demuestran que el estado emocional influye directamente en el desempeño del conductor, incrementando el riesgo de accidentes en carretera.
De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, el estrés altera las funciones cognitivas y físicas. Cuando una persona está bajo tensión, su cuerpo libera adrenalina y cortisol, hormonas que aceleran el ritmo cardíaco y generan impulsividad. En el contexto de la conducción, esto puede traducirse en maniobras bruscas, exceso de velocidad o pérdida de control del vehículo.
Además, el estrés sostenido provoca distracción, lo que impide anticipar peligros o reaccionar adecuadamente ante situaciones imprevistas, como un peatón cruzando o un auto que frena de forma repentina.

Los accidentes se disparan por el enojo
Por su parte, el enojo suele desencadenar comportamientos agresivos al volante. Fenómenos como el “road rage” o ira vial se manifiestan en acciones como pitar de forma constante, hacer cambios de carril sin precaución o confrontar verbalmente a otros conductores.
Este tipo de conductas aumenta la posibilidad de colisiones, atropellamientos y disputas en la vía pública. Según la Cruz Roja Mexicana, una actitud hostil al manejar puede ser tan peligrosa como conducir bajo los efectos del alcohol.
Igualmente, las emociones negativas no solo afectan la seguridad propia, sino también la de los pasajeros y otros usuarios de la vía. Un conductor alterado tiende a sobrestimar sus capacidades, ignora las señales de tránsito y toma decisiones impulsivas. Esto genera un entorno de riesgo colectivo. Por ello, los expertos en seguridad vial recomiendan realizar pausas breves, respirar profundamente o evitar manejar inmediatamente después de una discusión o un día estresante.