Manejar de forma brusca no solo pone en riesgo la seguridad del conductor y los pasajeros, también tiene un impacto negativo directo en el rendimiento y la vida útil del vehículo. Acelerar repentinamente, frenar con fuerza o tomar curvas a alta velocidad son hábitos que, con el tiempo, generan un desgaste prematuro en diversos componentes del auto y aumentan el consumo de combustible.
Uno de los efectos más notorios del manejo brusco es el aumento en el consumo de combustible. Cada aceleración violenta exige más potencia del motor, lo que implica mayor uso de gasolina. De igual forma, las frenadas constantes e intensas desgastan más rápido las balatas, discos y otros componentes del sistema de frenos, según Bosch.
Además, cambiar de marcha sin cuidado o acelerar cuando el motor aún no ha alcanzado la temperatura adecuada afecta negativamente la transmisión, especialmente en vehículos automáticos. Estas acciones aumentan la fricción interna, lo que acelera el deterioro de sus componentes.

De acuerdo con Continental, tomar baches, topes o curvas a alta velocidad daña los amortiguadores, resortes y bujes. Asimismo, puede generar desalineación en la dirección, haciendo que el auto se desvíe y provocando un desgaste desigual en las llantas. Esto no solo reduce el confort al conducir, sino que compromete la seguridad de los pasajeros.
El desgaste que ocasiona manejar de una forma brusca
De acuerdo con Castrol, manejar a altas revoluciones de manera constante, especialmente con el motor en frío, afecta el sistema de lubricación y aumenta la fricción interna. Esto acelera el desgaste de piezas clave como pistones, válvulas y el cigüeñal.
Por si fuera poco, el manejo brusco también incrementa la temperatura de operación del auto, afectando líquidos como el aceite del motor, el líquido de frenos y el refrigerante. Esto puede derivar en averías más costosas a largo plazo.